ESTUVIERON
TODO EL DÍA CON ÉL
Cuánto
se habla de la contaminación: los agujeros negros en la
capa de ozono, los ríos, los vertederos de basuras, en
los que viven muchas personas, ahora la contaminación
del tabaco... y la contaminación acústica, los ruidos.
El
ruido de la calle, los ruidos de los electrodomésticos
en las casas, las músicas a todo volumen...; hay quien
se aísla del ruido exterior poniéndose los auriculares
con la radio o la música, a la hora de la verdad, meter
los ruidos directamente al cerebro.
Al
ruido añadamos las prisas. No hay tiempo para nada;
siempre corriendo. Y, como consecuencia, el estrés, las
depresiones, las soledades, porque, aunque estemos
juntos, cada uno va a lo suyo.
Algunos
buscan la solución a estos males en los fármacos:
pastillas para el estrés, para las depresiones, para
los cansancios, para ver si se animan...
El
silencio interior y exterior es el mejor camino para
encontrarse con uno mismo y con Aquel que, sin darnos
cuenta, siempre camina a nuestro lado.
El
pequeño Samuel se encontró con el Señor en la
tranquilidad de la noche, aunque todo el día estaba a
su servicio en el templo.
En
la oscuridad de la noche escuchó su nombre y pudo
responder: "Aquí estoy" y decirle al Señor:
"Habla, Señor, que tu siervo te escucha".
Andrés
y el otro discípulo de Juan Bautista, se fueron con
Jesús y pasaron todo el día con Él. Sólo así,
después de ese encuentro personal, pudo decirle a su
hermano Simón: "Hemos encontrado al Mesías".
También
nosotros, cristianos, estamos metidos en la vorágine de
los ruidos y prisas de nuestra sociedad. Tanto, que nos
impide encontrarnos con el Señor, escucharle y ver, con
Él, si nuestra vida discurre o no por sus sendas.
Necesitamos
hacer, de vez en cuando, un alto en el camino, buscar la
serenidad del silencio; darnos cuenta de que estamos
inmersos en la presencia del Señor, que camina a
nuestro lado, pero que los ruidos y las prisas nos lo
impiden sentir.
Necesitamos
silencio interior y exterior para poder decirle al
Señor: "Aquí estoy", "Habla, Señor,
que tu siervo escucha".
Silencio,
serenidad y oración, son las mejores
"pastillas" para los males del ruido y las
prisas. La experiencia de haber estado un día entero
con Jesús, llevó a Andrés a comunicárselo a su
hermano Pedro, para que él también fuera con Jesús.
La
Eucaristía es un momento de encuentro con el Señor,
con Jesús, su palabra, su Cuerpo y su Sangre, su
comunidad..., pero necesitamos de esos encuentros
íntimos en el silencio y en la oración personal, para
revisar nuestra vida ante Él y con Él, para decirle:
"Aquí estoy", pero también: "Habla,
Señor, que tu siervo te escucha", para
experimentar la alegría de Andrés cuando dijo a su
hermano: "Hemos encontrado al Mesías".
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