VEN
ESPÍRITU SANTO
Hay
un sentimiento y un anhelo en toda persona: ser feliz,
ser feliz para siempre.
En
lo que muchas veces discrepamos es en qué entendemos
por felicidad y en los caminos a recorrer para
conseguirla.
Están
los que ponen la felicidad en la autonomía humana, es
decir, no depender de nada ni de nadie, ni siquiera de
Dios; están quienes fundamentan la felicidad en sus
cosas, especialmente materiales: el tener: tener dinero,
tener poder, tener prestigio, tener otras personas a su
servicio; otros ponen su felicidad en el saber: la
ciencia, la técnica, la investigación...¿Para qué
Dios?; nosotros somos dios.
Recordemos
la imagen de la torre de Babel, que de tanto querer
dominar a Dios, acabaron sin entenderse entre ellos.
Y
es que la experiencia nos dice que ni la autonomía
humana, ni el tener, ni el saber, ni el poder, dan la
plena felicidad. Si la dieran, el mundo no estaría tan
roto, no habría tanta miseria, odio y violencia, las
personas se respetarían más y las relaciones humanas
serían más justas y solidarias.
Nosotros
los cristianos, los que hemos hecho de Jesucristo el
centro de nuestra vida, proclamamos que la verdadera
felicidad está en él, que él es el Camino, la Verdad
y la Vida en plenitud; proclamamos que en él, el
Hijo de Dios hecho hombre, está la plena realización
de la persona humana, es decir, la felicidad, pues
únicamente siendo personas auténticas, libres de las
esclavitudes de las personas, de las cosas, y,
sobretodo, del pecado, seremos felices de verdad.
No
hay otro camino para cambiar el mundo que cambiar el
corazón y ponerlo en sintonía con el Dios Amor. Pues
sólo el amor, entendido como entrega absoluta, generosa
y gratuita en favor de los demás, puede lograrlo.
Por
eso en este tiempo de Pentecostés nuestra oración es:
"Ven Espíritu Santo"; ven y llénanos con la
fuerza de tu amor; ven y haznos testigos que proclamemos
bien alto que sólo Jesús es el Señor; ven y que
seamos en el mundo signos de fraternidad, que pongamos
lo que somos y tenemos para el bien común; ven
Espíritu Santo y que el lenguaje de nuestra vida pueda
ser entendido por todas las personas, de cualquier
lugar, lengua y cultura; ven Espíritu Santo y sé el
aliento de vida de una nueva creación; ven Espíritu
Santo y haznos portadores de paz y perdón, pues para
eso nos ha enviado el Señor.
Pidamos
al Espíritu Santo que nos ayude a tomar conciencia de
la necesidad que tiene el mundo de cristianos
auténticos y comprometidos. Y que, participando en la
Eucaristía, alimentándonos del Pan de la Palabra, del
Cuerpo y la Sangre de Cristo y de la comunidad reunida
en su nombre, recibamos la fuerza para ser testigos de
Cristo.
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