PRESENTACIÓN
Podríamos
hablar del "Pentecostés" de San Juan.
En
el domingo, día de encuentro de la comunidad y día de la
"fracción del pan", el resucitado se hace
presente entre los suyos.
Todavía
dudosos, Jesús les saluda con la paz y les enseña las
manos y el costado.
La
alegría expresa que se va fortaleciendo su fe en el
resucitado.
No
hay nada nuevo, se va cumpliendo todo lo que Jesús les
había dicho.
Ya
es hora de comenzar la tarea, la misión; la misma que el
Padre le encomendó a él.
Con
todo, necesitan de su empuje; ellos solos no pueden llegar
muy lejos.
Se
lo había repetido varias veces aquella noche que precedió
a la pasión, después de la Cena. No los dejaría ni solos
ni huérfanos, les enviaría el Espíritu; Él les
acompañaría, les daría fuerzas, les llevaría al
conocimiento de la verdad plena.
Y
exhaló su aliento sobre ellos y cobraron nueva vida, como
en la creación, por el aliento de Dios, cobró vida la
figurita de barro.
Una
nueva vida que debe llegar a todos los hombres de todos los
tiempos y lugares.
Pero
donde hay pecado, no hay vida; por eso, junto al don del
Espíritu, el poder perdonar los pecados, de devolver la
vida a quien la ha perdido.
Así,
el Espíritu Santo, residirá en todos.
LECTURA
DEL EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 20,
19-23
Como
el Padre me ha enviado, así también os envío
yo. Recibid el Espíritu Santo
Al
anochecer de aquel día, el día primero de la
semana, estaban los discípulos en su casa,
con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y
les dijo: "Paz a vosotros." Y,
diciendo esto, les enseñó las manos y el
costado. Y los discípulos se llenaron de
alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
"Paz a vosotros. Como el Padre me ha
enviado, así también os envió yo." Y,
dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y
les dijo: "Recibid el Espíritu Santo; a
quienes les perdonéis los pecados, les quedan
perdonados; a quienes se los retengáis, les
quedan retenidos."
Palabra
del Señor
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ESPÍRITU
DE VIDA
A
veces da la impresión de que el Espíritu
Santo es el pariente pobre y olvidado de
la Santísima Trinidad.
Dios
Padre, Jesucristo, el Señor, la Virgen
María, el santo patrono... ¿Y el
Espíritu Santo?
Aunque
muchas veces olvidado, el Espíritu Santo
es el que está animando y alimentando,
calladamente, nuestra vida cristiana.
El
hace posible que proclamemos nuestra fe en
en Jesús, el Señor, y nos adhiramos a
él y seamos cristianos.
Es
el Espíritu Santo el que nos ilumina, el
que nos enseña, el que guía a la
Iglesia, a sus pastores, a sus miembros
para que seamos fieles a Jesucristo a lo
largo de la historia.
Sin
la fuerza del Espíritu Santo nuestra vida
cristiana no pasaría de ser un mero
cumplir cosas, mantener unas tradiciones y
costumbres, cuando no, alimentar
supersticiones.
Es
Espíritu Santo nos hace testigos,
seguidores de Jesucristo; el Espíritu
Santo es el motor, el alma de nuestra vida
cristiana.
Si
dejamos que actúe en nosotros, es viento
recio que sacude nuestra comodidad y
nuestra apatía, que remueve una fe
instalada en la rutina, que empuja a dar
la cara, a anunciar las maravillas de
Dios, lo que ha hecho por nosotros, en
medio de la gente.
Si
dejamos que el Espíritu Santo actúe en
nosotros, es fuego que purifica nuestra
vida cristiana, que le quita impurezas y
adherencias, que la hace más limpia y
transparente. Y es que son esas impurezas
y adherencias las que impiden que los
demás vean en nosotros el rostro de
Cristo, en nuestras palabras, las palabras
de Cristo, en nuestros comportamientos los
comportamientos de Cristo, que pasó por
el mundo haciendo el bien. Tal vez muchos
de los que rechazan y persiguen a la
Iglesia y a los cristianos es porque no
ven en nosotros a Jesucristo.
El
Espíritu Santo es comunión en la
diversidad; porque las lenguas son muchas
y las formas de expresar la fe, también;
y porque el Espíritu Santo es uno, la
diversidad no nos rompe, sino que nos
enriquece. Cuando andamos rotos,
divididos, peleándonos, creyéndonos
poseedores únicos de la verdad cristiana,
es que tenemos encerrado al Espíritu
Santo y no le dejamos actuar. Seguimos
construyendo la torre de Babel en la
confusión de lenguas.
Y
cuando tenemos encerrado al Espíritu
Santo y no le dejamos actuar, el Cuerpo de
Cristo, la Iglesia, y sus miembros estamos
muertos, pues el Espíritu Santo es alma y
vida de este cuerpo, él es "Señor y
dador de vida".
Y
el Espíritu Santo es aliento de una nueva
vida, de una nueva creación, del mundo
nuevo que hay que construir; y para
comenzar de nuevo, el poder de perdonar
los pecados.
Hoy,
de una manera especial, necesitamos
redescubrir la presencia del Espíritu
Santo en nosotros, liberarle, para que nos
llene de su fuerza y de su vida en estos
tiempos difíciles para fe, en los que los
que nos gobiernan quieren borrarla de la
sociedad.
Si
nos quedamos en denuncias, en críticas,
en lamentos, pero nuestra vida cristiana
no se revitaliza, el Espíritu Santo sigue
encerrado.
El
Espíritu Santo nos hace testigos de
Jesucristo. Y en esta hora que nos toca
vivir, se necesita que los cristianos
seamos , con nuestras palabras y nuestros
comportamientos, testigos de Jesucristo.
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