LAS
PROMESAS SE CUMPLEN
Una
palabra que está con mucha frecuencia en boca de
nuestros políticos, gobiernen o no, es: "Usted
miente"
Y no sólo
ellos. Hay una frase que suele decirse: la mentira
repetida con constancia, acaba siendo verdad.
Mentir, no
decir la verdad con intención de engañar, para buscar,
las más de las veces un beneficio propio.
Se miente
en la política, en los medios de comunicación social,
en el mundo del comercio, se miente a padres, hijos,
esposos, amigos...; se miente tantas veces, que a
algunas mentiras las llamamos ya "mentiras
piadosas".
También,
es verdad, que en todas partes hay personas que se
juegan la vida por ir con la verdad por delante.
¡Ojalá fueran la mayoría!
La Palabra
de Dios de hoy nos habla del que no miente, del que es
fiel y cumplidor de sus palabras y promesas: Dios.
Ya desde
el principio, tras el primer pecado, hay una promesa de
salvación: "Enemistades pongo entre ti y la mujer,
entre su linaje y tu linaje: él te pisará la cabeza
mientras tú hieras su talón" (Gn 3,15). La
promesa está ahí: el mal, el pecado y la muerte,
representados en la serpiente, serán vencidos.
Y el
cumplimiento de la promesa va concretándose en la
historia humana: Abraham será padre de un gran pueblo y
por él "se bendecirán todos los linajes de la
tierra" (Gn 12, 3b), aunque en algunos momentos
pareciera que la promesa estaba condenada al fracaso;
los hebreos, esclavos en Egipto, experimentan la
cercanía del Dios de los padres, que los libera de una
esclavitud, que podría haber sido el final del pueblo y
las promesas hechas. Promete una libertad, y la da;
promete una tierra y la da, no sin su colaboración.
A David,
hombre según el corazón de Dios. le promete una casa,
una descendencia, un rey sentado en su trono con un
reino que no tendrá fin.
Los planes
de Dios siempre van adelante, con frecuencia por los
caminos más inesperados, también por caminos de dolor,
sufrimiento y pecado.
Cuántas
personas, en los momentos más duros de su vida, se han
encontrado con el Dios que salva; cuántas personas,
hundidas en su pecado, se han agarrado a Dios como a
tabla que los salva de un naufragio seguro.
Dios nos
dijo que estaría siempre ahí, a nuestro lado,
caminando junto a nosotros, de día y de noche, como lo
hacía con los hebreos en el desierto.
Nosotros
podemos olvidarnos de su presencia, podemos libremente
rechazarlo, tal vez ni siquiera sabemos que viene con
nosotros; pero Él está ahí, nos respeta y es fiel.
Y aquella
promesa que comenzó en el paraíso, que se concretó en
Abraham y de la que su pueblo fue depositario, llegó a
su cumplimiento en el momento oportuno.
El ángel
Gabriel le anuncia a María de Nazareth que todo aquello
que Dios había prometido, se iba a cumplir: Dios
enviaba al Mesías, al Salvador.
El va a
ser el descendiente prometido a David, que se sentaría
en el trono y su reino no tendría fin. Será el Hijo de
Dios, del Altísimo, no en sentido figurado, como se les
solía llamar a los reyes en su consagración, sino
realmente. Por eso, aunque ella sea virgen, aunque no
conozca barón, dará a luz un hijo, por obra del
Espíritu Santo.
Muchas
veces, cuando se estudia la historia universal, vemos
que se resalta a los poderosos: sus vidas, sus intrigas,
sus guerras, destrucciones, muertes...; cuando los
medios de comunicación social analizan el día a día,
lo que más abunda es lo negativo.
Sin
embargo, aunque no se destaque, hay más personas que
hacen el bien que las que hacen el mal. Y es que Dios no
es de relumbrón, de fogonazo, de pantalla televisiva.
Sencilla y
calladamente va realizando sus planes: en la humildad
del "sí" de María, en la vida de su Hijo,
conocido por el "hijo del carpintero", en
tantas y tantas personas que, callada y solidariamente,
van por el mundo haciendo el bien.
Aunque las
apariencias quieran decir lo contrario, Dios cumple.
Dios actúa a través de las personas buenas y un día
todo llegará a su plenitud.
No
perdamos la fe en Dios, ni la esperanza. Él es fiel,
cumple y no miente.
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